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Relaciones reales

Cuando el Rey entró en la sala principal,  las sillas que veía perfectamente dispuestas le llenaban de gran satisfacción.  La principal, de él; al lado izquierdo, la de su amada reina, y como adornos de gran valía a su izquierda y derecha,  las de sus dos queridos hijos,  Los príncipes reales.  Parece un cuento de hadas ¿No es cierto?  Sin embargo debo decirles que es una realidad.  Tú eres el Rey, junto a ti tu familia real.  Aunque algunos padres temo viven como mendigos.  Tus hijos tienen un valor imperecedero que Dios les ha dado.  Son los príncipes de tu reino,  son los herederos de tu honor y aquellos que perdurarán tu legado.  Pero qué es necesario para tener príncipes que honren al Rey y la Reina.  He aquí algunas ideas del consejero real que por algún tiempo les ha visto ir por la vida. El Rey y la Reina con sus hijos ya jóvenes, y casi al punto de ser independientes, deben tener…

Cuidado con:

·       Usar sarcasmo o burla:  Las palabras hirientes y burlescas no corrigen ni instruyen a nuestros príncipes, mas bien los lastiman.  Decir cosas tales como  “¡Como sos el gran estudiante!” cuando se quiere implicar lo contrario, es usar nuestras palabras sarcásticamente y exasperar a nuestros hijos.

·       Exponerlos delante de los demás: Cuando publicas sus faltas, malas decisiones y pecados ante otros en el reino, su grupo de coetáneos o familiares, no estás siguiendo el mandato bíblico, sino es una especie de venganza de tu parte.

·       Cambiar la instrucción según tu estado de ánimo:  Un día dices que sí y otro, dices que no.  ¿La razón? Sencillamente te fue mal en el palacio (trabajo) o tuviste una discusión con la reina.  La inconsistencia en la aplicación de los principios te restan credibilidad y exasperan a tus hijos porque no saben qué esperar de ti.  Lo mejor es que tu “sí” sea “sí” y tu “no”, sea “no”, sin importar tu estado de ánimo.

·       Imponer normas que tú mismo no cumples:  Las leyes divinas se aplican tanto a padres como a hijos.  Tus hijos necesitan ver que eres el primero en someterse a Dios.  Es hipocresía decir  “La Biblia dice . . .” si la Biblia no es en verdad la autoridad en tu vida.

·       Establecer tus preferencias como si fueran mandamientos divinos:  Tenemos que reconocer que gran parte de las instrucciones dadas a nuestros hijos, tienen su origen más bien en nuestras preferencias que en la Biblia.  Asuntos tales como el color de la ropa, el estilo del cabello, los deportes, el estilo musical, generalmente son apreciados o despreciados debido a nuestra preferencia personal.  No trates de elevar tus gustos al nivel del mandamiento bíblico.  Pregúntate, ¿Le doy esta orden porque Dios dice que es bueno o es malo? o ¿es que a  me gusta o no me gusta? O porque quiero que deje de hacer lo que hace, o de andar con quien no te gusta que ande.

·       No cumplir lo que prometes: Esto crea un ambiente de desconfianza en la relación con tus hijos. Los herederos del reino no pueden tomar en serio al Rey o Reina que constantemente les hace ver que su palabra no vale.  Sabemos que no siempre puedes cumplir lo que prometes debido a causas que están más allá de tu control.  No hay problema si estos eventos ocurren en el contexto de varias promesas cumplidas.  El daño real ocurre cuando el incumplimiento de tu palabra es lo que caracteriza tu vida.

·       No reconocer tus errores: Todos los que hemos sido hijos podemos reconocer la frustración que trae el tener unos padres que no pueden aceptar sus faltas.  Muchos padres creen que si reconocen sus errores ante los hijos, su autoridad quedará menoscabada. Pero esto no sucede generalmente.   Los padres que le piden perdón a sus hijos cuando han fallado les están diciendo que pueden confiar en ellos, que están tratando de ser una autoridad justa y que en verdad se interesan por ellos.  No temas reconocer tus faltas y pedir perdón a tus hijos. Esto será un bálsamo para la relación con ellos.  Además te dará la autoridad Real de todo un soberano.

·       Las comparaciones:  Cuando comparas a tus hijos entre sí, estás fomentando las envidias, orgullos y rencores entre ellos.  Recuerda que cada uno de tus hijos es diferente. Tienen debilidades y fortalezas distintas.  A algunos les será más fácil hacer ciertas cosas que a otros.  Reconoce esas diferencias, estúdialas y aprovéchalas.  El modelo para tus hijos no es su hermano o hermana, u otro familiar, sino Cristo.

·       Restricciones equivocadas:  Las libertades que  concedas al príncipe o princesa deben estar en proporción directa a su dominio propio.  Cuando no sigues este principio y los limitas en cosas para las que ya han demostrado el dominio propio suficiente, los exasperas pues no reconoces su madurez en ese aspecto.  Asegúrate de no estar restringiendo aspectos de sus vidas en las que ya deberías darles mayor libertad. 

·       Traer al presente asuntos atendidos y cerrados en el pasado: A nadie le gusta que sus faltas sean recordadas e inmortalizadas.  Cuando repasas asuntos ya tratados y cerrados en el pasado, lo único que haces es exasperar a tus hijos y ser un ejemplo deficiente de lo que significa perdonar.  Aprende a dejar en el archivo pasado del reino lo que no edifica a la familia real.

·       Sentenciar sin haber escuchado:  Debemos recordar que nuestra autoridad como padres es delegada por parte de Dios.  El es justo, y el ejercicio de nuestra autoridad debe reflejar este aspecto de su carácter.  No tomes decisiones apresuradas.  Escucha todos los datos, pregunta, aclara, comprende, ora, piensa y luego, emite tu veredicto.  Los mejores Reyes y Reinas, son los que actúan con sabiduría y toman decisiones sabias en el reino.

·       Hablar con ellos sólo cuando han hecho algo malo:  Lamentablemente, muchos padres sólo se acercan a sus hijos cuando hay algo malo para corregir.  El proceso de la disciplina y la amonestación del Señor no sólo se trata de corregir, sino, sobretodo, de instruir, enseñar, dirigir, animar y estimular.  La corrección es efectiva dentro del contexto de una relación de confianza e interés.

·       Hablar con ellos como si fueran casos perdidos:  Muchos padres pierden de vista el poder del evangelio y hablan con sus hijos como si ya no tuvieran remedio.  No hay nadie tan torcido que el poder de Cristo no pueda enderezar.  Habla con tus hijos como súbdito de un Rey mucho  mayor,  de aquel que hace todas las cosas nuevas.   Mientras haya vida, el cambio es posible.

 

ConclusiónEl reino estará seguro en relación con las relaciones del Rey y Reina con los príncipes.  Muchos reinos han caído en la desgracia y el descrédito, cuando en el proceso los hijos herederos no tienen la oportunidad de mostrar sus atributos y virtudes.  Necesitamos reinos fuertes,  pero el camino para ello, va de la mano de una sabiduría de aquellos que en el proceso de la vida tenemos la tarea de formar a nuestra familia.  Dios nos ayude a tener relaciones fuertes y sólidas.  Dios nos ayude a tener relaciones reales que glorifiquen al Rey de Reyes  y Señor de Señores.

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